domingo, 30 de noviembre de 2014

Hola, me llamo Noelia y canto (berreo) mientras conduzco

"Hola, me llamo Noelia y soy adicta (entre otras cosas que no vamos a entrar a comentar aquí) a cantar mientras conduzco. Mejor dicho: berreo mientras conduzco, lo doy todo, me invento la letra, muevo brazos, piernas, cabeza y hasta caderas al son de la música y no dudo en gesticular cual si estuviera en un vídeo de Aerosmith -esta referencia va por el vídeo que viene a continuación".


Esa sería mi presentación en un un club de anónimos de cantantes frustrados. Es así, a mi me encantaría cantar bien. Si dos cosas envidio de la gente habilidosa es cantar lo suficientemente no tan mal como para hacerlo en la iglesia y saber dibujar. Soy negada para muchas cosas, pero estas dos son las que peor llevo y la primera en especial porque me encanta. Y aunque cante mal no puedo evitar hacerlo.

Mi nivel de mal cante y vergüenza propia y ajena llega a tal punto que no recuerdo haber cantado en público desde después de los 15 años (de eso hace más de otros 15 años). Y con cantar en público me refiero a hacerlo en misa. Mi Confirmación fue memorable porque movía los labios al tiempo que contaba las flores que habían puesto las monjas decorando el altar. Desde entonces no he vuelto a cantar en una iglesia. Mucho menos en cualquier otro espacio que no sea mi casa -cuando no hay nadie- y mi coche -evidentemente, cuando no hay nadie.

Yo tenía madera para ser cantante desde pequeña, todo sea dicho. Las canciones de Hombres G y Marta Sánchez las cantaba y las escenificaba a la perfección siendo un retaco. Mis padres flipaban por la buena memoria que tenía para las letras y los pasos y lo mal que cantaba. Aún así me apuntaron a un coro infantil (no sé cómo fui capaz a hacerlo) y hubo un momento en que me definieron como tercera voz. Las terceras éramos tan súmamente malas que la directora -que sí que era mala-, en algunos conciertos nos pidió que moviéramos los labios. Duré poco y aprendí eso de mover los labios.

Perfeccioné la técnica de mover los labios sin emitir un sonido porque se hizo habitual hacerlo al ponerme música en el walkman, discman y más recientemente ipod en un espacio donde hubiera más gente. Es más, sigo haciéndolo porque no puedo evitar cuando suena una canción que me gusta. ¡Qué desgracia la mía!


Hay gente que canta en la ducha. Yo no, en la ducha tengo ideas brillantes que luego se me olvidan así que no consigo nada. Lo mío es cantar en casa -para desgracia de mis vecinos porque no soy consciente del daño que hago a sus oídos- pero sobre todo en el coche. Y tengo un repertorio que para sí quisieran muchos. En el panorama nacional destacan temas de Rocío Jurado, Malú, Rocío Dúrcal o Ana Torroja. En otros idiomas -que en mayor parte me invento- encontramos canciones de Whitney Houston, Barbara Streisand o Carla Bruni. Facilitas.

Cuando canto me abstraigo y me centro en conducir y berrear de lo lindo. Lo hago pensando en que mi coche es un espacio seguro, que nadie puede oírme, ni mucho menos, verme escenificar las canciones. Hasta que descubrí que no, que mi coche no está insonorizado ni tiene los cristales tintados. Fui consciente de ello por las malas. Cuando estando en un semáforo dándolo todo con Celine Dion en un espectacular giro de cabeza descubrí a un conductor sonriéndome. Al menos fue educado y no se rió de mi.

¿Desde entonces he dejado de cantar? Pues no. Lo que hago es no cantar cuando me paro en un semáforo y lo hago mientras conduzco. Porque estando en marcha mi coche se vuelve un espacio insonorizado y con cristales tintados.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Me declaro fan de las cosas bonitas

Me declaro fan de las cosas bonitas. No sé si esto es bueno o malo. Es algo que sé desde hace un par de años. Una libreta con un bonito diseño, un washi tape con mis colores favoritos o el estribillo de una canción que me gusta y hace tiempo que no escucho son motivos suficientes para sacarme una sonrisa. Lo son ahora, no hace unos cuantos años, pero sí desde hace como unos tres años.

No soy una flower power ni creo que por ser positiva las cosas vayan a irme contrario -es más, pienso todo lo contrario, que el golpe va a ser mayor. Pero por circunstancias de la vida, la crisis de los 30 o quizás el tener más tiempo libre hicieron que descubriera el valor que hay en pequeñas cosas. Y decidí que el rosa volvía a ser mi color favorito (para vestir no, que el rojo me sigue favoreciendo más a la cara).

No sabéis lo feliz que puedo ser con un bolígrafo de colorines comprado en los chinos o la sonrisa que se me pone en la cara cuando aparece el mensajero en la puerta de casa. A algunos los tengo asustados, me consta, otros ya lo saben y se ríen. ¿Espiritu consumista? Un poco, pero no demasiado, que si me traen la compra no me emociono.

De un tiempo a esta parte he introducido en mi vocabulario palabras como lovely o cute. Sí, los anglosajones tienen cosas mucho más bonitas que nosotros. Eso no se puede negar. A ese gusto por las cosas bonitas se unió más tarde la afición al scrap. ¡La cantidad de cosas lovelys y cutes que puede escribir en Instagram y Pinterest, las redes sociales de las cosas bonitas por excelencia.

Más tarde llegarían los Do It Yoruself. Yo, una persona conocida por mi nula capacidad para hacer cualquier tipo de manualidad descubrió que en realidad sí había cosas que podía hacer. Con mejor o peor tino, pero que a fuerza de ensayo-error puedo ser hasta capaz de carvar un sello del que no se sienta totalmente avergonzada.

¿Lo mejor de todo esto? Que además de cultivar la lengua de Shakespeare buscando en webs y perfiles sociales del otro lado del charco descubres que las cosas bonitas, sobre todo el hacerlas, conforman una terapia antiestrés que, a ti al menos, te funciona mucho mejor que la relajación, el yoga o correr.

domingo, 16 de noviembre de 2014

Qué hacer un domingo sin ganas (de trabajar)

Hace unos años el domingo era para mi el día de la semana más aburrido. No había gran cosa que hacer y la desgana hacía mella en mi, sobre todo si toca trabajar sin un horario fijo. Últimamente no es así, salvo excepciones. O quizás porque he encontrado varias cosas que hacer con las que conseguir que las horas pasen. No digo que sea más o menos divertido, pero sí que va matando el tiempo.

-Internet. Uno se da cuenta de que se aburre un domingo cuando no encuentra nada en internet que le interese. Los periódicos no traen reportajes interesantes ni encuentras post amenos en tus blogs más cercanos y ni siquiera hay consuelo en las redes sociales. Ya te has cansado de ver una y otra vez fotos de la paella que se ha comido la mitad de la gente a la que sigues en Instagram. Pero aún hay un par de sitios a los que acudir.

-Youtube. Ese fondo de sabiduría en forma de videotutoriales resulta de lo más adictivo. Yo, personalmente, puedo pasarme horas mirando cómo se construyen cajas de scrap que nunca seré capaz de hacer o vídeos de los mejores momentos de Miranda. Si nada de esto funciona busca trailers de las películas por estrenar o de los pilotos de series americanas si estamos en temporada.

-Pinterest. Esa red social que tenemos casi tan abandonada como Google Plus pero que nos da muchas más alegrías. Fotos de decoración, de peinados, de ciudades por visitar,... hasta de comida. Pero no, no son las paellas que aparecen en Instagram. Puedo pasarme horas (comprobado reloj en mano) yendo de pin en pin.


-Deja el ordenador y acércate a la tele. Puedes dormir la siesta con una de las películas de sobremesa, buscar  otra, o incluso una serie, en la que hasta el momento ni habías pensado. Si ya has agotado todas las opciones las webseries son una buena idea. Una temporada de Entre pipas dura menos de una hora.

-Aprende a cocinar. Lo mejor es que apenas tendrás comida en la nevera, así que olvídate de hacer todos esos maravillosos platos que has visto en Canal Cocina y te parecen tan fáciles. Tendrás que improvisar y acabarás pidiendo pizza para cenar. Al tiempo.

-Ya que estamos siendo osados: hacer ejercicio. Reconozcámoslo. Te lo plantearás y puede que lo consegas durante cinco minuto. Después abandonarás a causa de la dejadez que te invade.

-Otro reto: coge un libro y ponte a leer. Si la desidia no se apodera de ti y eres capaz de acabar el primer capítulo, mi enhorabuena.

-Descubrir nuevos hobbies. Aquí hay mucho entre lo que elegir: coleccionar sellos (aunque en domingo a ver dónde encontráis), buscar euros de todos los países en la cartera y bolsillos, aprender caligrafía o a dibujar. Para estas dos últimas los tutoriales de Youtube os serán muy útiles.

-Recuperar el blog que tienes medio abandonado y como no se te ocurre nada, escribir sobre qué hacer para perder el tiempo el domingo.

sábado, 8 de noviembre de 2014

Culpo a películas y series por mis altas expectativas como periodista

Vale que el periodismo es una bonita profesión, vale que está idealizado por el 98% de la población (es decir, todos aquellos que no conocéis a un periodista) y vale que puede dar mucho juego a la hora de crear argumentos de ficción, pero ¿es necesario crear tales expectativas en torno a una profesión?

Ya os contesto yo: no. Las películas y series de los últimos 20 años han creado unas expectativas alrededor de lo que significa ser periodista que no se parecen en lo más mínimo a la realidad. Me diréis que sí, que la profesión de médico, de abogado y de bombero está también exagerada. Y yo os diré que sí, pero que no tanto.

No es algo solo de la industria audiovisual, sino del mundo en general. En mi primer día de clase en la Complutense nos dijeron que no nos preocupáramos por no entrar en el aula, que en segundo el 40% de nosotros no se matricularía. Las expectativas son tan altas cuando entras que la decepción que te llevas es de las que hacen historia. Y eso sin tener contacto con el verdadero trabajo.

Por suerte a mi me pilló ya con la carrera casi acabada y teniendo conocimiento real de la profesión de periodista cuando caí en la cantidad de mentiras que nos habían vendido las series y películas en las que aparece un periodista. Corrijo: una periodista. No me digáis porqué, pero con nosotras se ceban. Cualquiera que haya visto un par de películas románticas cada año querría ser periodista. Es lógico.

Y sí el caso más evidente de altas expectativas es el de Sexo en Nueva York. Lo habré comentado cientos de veces: una mujer que escribe una columna semanal en un periódico de forma freelance (y ésta no se ha topado nunca ni con la Seguridad Social ni la Agencia Tributaria ya os lo digo yo) no puede tener ese tren de vida, ni siquiera soñarlo. Y no lo digo yo, hubo quien echó las cuentas y Carrie debería tres billones de dólares.

Ahondando en el tema económico. Días atrás vi Gone girl, en la que los dos protagonistas son periodistas. Bueno ella escribe test para revistas femeninas y él artículos para publicaciones masculinas y tienen un casoplón propio de La Moraleja, al que se mudaron desde su espectacular piso de Nueva York. ¿Por escribir test, por muchos que escribas, puedes permitirte eso? Ya os lo digo yo: no.

En La boda de mi mejor amigo Julia Roberts era una crítica gastronómica que llevaba una buena vida. Vale, lo de ella cuela, lo de su mejor amigo NO. Un hombre que se dedica a cubrir la liga universitaria de baseball, lo que traducido a España vendrían a ser los partidos de fútbol de 3ª división, esos cuyas crónicas en la mayor parte de los casos ni se cobran, se hacen por amor al periodismo, al equipo o porque no tienen otra cosa con la que entretenerse los domingos por la tarde.

Para eso es más realista Shopaholic, una chica que trabaja escribiendo artículos vanales y no le llega el dinero para todo lo que se compra. Vale que se compra demasiadas cosas y muy caras, pero esa es la realidad. El dinero no llega. 

Sigamos con estereotipos de periodistas en el cine. Cómo perder a un chico en diez días. Tú quieres demostrar esa creencia y le pides a tu jefa, rodeada de toda la redacción, que te dé cancha para conseguirlo. Que durante las próximas dos semanas te vas a dedicar a eso. Diez años atrás ocurrió algo parecido en Algo para recordar con Meg Ryan en el papel de Kate Hudson y con Rosie O'Donnell como jefa. Ya sabéis lo que pasó en las películas, yo os narro la conversación que sería real:

REDACTORA: me intriga este tema (no dices que es personal por completo por si cuela) y podría dar para un bonito reportaje. Necesito unos días a mi aire y dinero para llevarlo a cabo.
JEFA: vale, en tu tiempo libre puedes hacer lo que quieras, pero no esperes que la empresa te pague las copas. (Lo dice ocultando una risa maligna porque sabe que no tienes tiempo libre).
REDACTORA: pero necesito todo el día, no puedo trabajar en otra cosa. (En ese momento tus compañeras desaparecen para evitar que les salpique el tema)
JEFA: tú verás, pero hay una lista de chicas tan listas como tú haciendo cola por tu puesto.

Ojo que ésta última frase a casi todos nos la han dicho alguna vez y jamás la habréis oído en la televisión. Como tampoco es cierto lo que muestran en El diablo viste de Prada que pasándolas canutas y comportándote como la esclava de tu jefa vas a llegar a algo. No, no llegarás a nada porque en unos meses acaba tu contrato y ya habrá otra que te sustituya. El mundo es así de duro. No es exclusivo del periodismo. Pero en nuestro caso cada año salen muchos de las facultades de Ciencias de la Información.

Pero si no eres titulado no te preocupes, que también puedes ser periodista y salir en la tele. ¿Has oído hablar de Bridget Jones? De su formación académica sabemos poco, básicamente que no sabe hacer la O con un canuto y respondiendo a un anuncio del periódico se convierte en redactora de la versión inglesa de Las mañanas de La 1.

Pero que tú lo que quieres es salvar el mundo. No pasa nada, en The ring una periodista y madre soltera para más señas lo consigue. ¡Y en el camino liga!

¿Se os ocurren más películas o series de ejemplo? Porque que conste que están han salido de repente, sin siquiera pensarlo.

 

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