jueves, 26 de febrero de 2015

Si pudieras elegir un súper poder, ¿cuál sería?

Si pudieras elegir un súper poder, ¿cuál sería? Siempre que me han hecho la pregunta lo he tenido claro: la teletransportación. No viene sólo por mi gusto por viajar sino por la pereza infinita que me produce hacer maletas, coger autobuses, trenes, aviones. Sube la maleta, baja la maleta, busca el billete, guarda el carnet. Ojo que no eres capaz de cerrar la maleta y estás en un aeropuerto inglés después de 2011 e igual no te dejan volver a casa. Ojalá...

Estar en tu trabajo y que al salir de él te metas en una cabina, marques un número y te encuentres en una ciudad a miles de kilómetros - sí, me gustaba mucho Superman de pequeña- tiene que ser una de las sensaciones más maravillosas del mundo. Para librarte de marrones, evadirte de problemas o para ver cosas y gente a la que tienes lejos.




Nunca creí tener súper poderes. A lo sumo soy capaz de seguir tres conversaciones al mismo tiempo (y dos de ellas no tienen porque estar en mi misma mesa) pero no es un súper poder, simplemente es un poco de práctica e instinto cotilla.

Sin embargo en los últimos años he llegado a la conclusión de que sí tengo un súper poder. Pero ya os aviso que algo debe tener mal porque no funciona cuando yo quiero, sino cuando le da la gana. Lo cual me trae por el camino de la amargura, como imaginaréis. Señoras y señores: soy invisible.

Sí, tal como lo oís leeis. Tengo la capacidad de estar delante de gente y que ésta no me vea, ni siquiera para ponerme mala cara -ya ni pido que me saluden. Y es gente que me conoce. Casi tan bien como yo a ellos. Gente con la que compartí horas en la mesa de al lado, o en la de enfrente. Gente con la que compartí confidencias entre cafés eternos y noches de sábado.


Llega un momento que de tanto ver que eres invisible llegas a pensar que será cosa de la edad, que lo mismo se te olvida de quién fuiste amiga como se te olvida que tenías que haber llamado a tu prima hace cuatro días para preguntarle por la ecografía... Y de pronto encuentras una prueba. Bueno más bien decenas de pruebas, en forma de fotos.

Porque resulta que antes de que los móviles se usasen como cámaras y la gente tuviera la necesidad imperiosa de contar su vida en las redes sociales había quienes hacíamos fotos y además las imprimíamos. Soy una persona de no hacerse fotos con el móvil, pero sí aprovechar cenas. fiestas, vacaciones y cualquiera día destacado del calendario para inmortalizar momentos. 

Gracias a ello tengo bastante bien archivados determinados momentos de mi vida, que corroboran que no me falla tanto la memoria y en realidad sí compartí risas y besos con gente ante la que soy transparente. Así que debe ser eso. Que he desarrollado un súper poder pero que aún me falta aprender a ajustarlo para que funcione cuando a mi me da la gana y no a su libre albedrío. 

Voy a ver si encuentro en Google como hacerlo y ya luego llamo a mi prima para preguntarle por la eco.

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