miércoles, 24 de febrero de 2016

El mal de la impuntualidad

Con todos los dispositivos tecnológicos que llevamos encima, ¿cómo es posible que la gente siga llegando tarde a todo? 

Cuando en el medievo no había ni relojes ni despertadores la gente llegaba a la hora a todos los sitios y ahora, con toda la tecnología a nuestro alcance, hay gente que no es capaz de llegar a la hora marcada ni de broma.

Y quien dice no llegar a la hora pactada dice no cumplir con los plazos marcados. Puede sonar a exageración, pero la impuntualidad es uno de los males de la actualidad.

Cada equis días me encuentro con gente que llega tarde y no me refiero a amigos con los que quedas a tomar un café y se retrasan cinco minutos. Compañeros de trabajo que no llegan a la hora de la reunión, gente que queda en dar respuestas en dos días y tardan un mes (verídico, no es una exageración) y ya de 'te pago mañana' y lo hace dos semanas después ni hablamos.

No hace demasiados años cuando uno llegaba dos minutos tarde a una cita pedía disculpas como si le fuera la vida en ello. Ahora tardan 15 minutos y tienen a varias personas de brazos cruzados esperándoles y lo ven como lo más normal del mundo.

Con todos los teléfonos inteligentes, tabletas y dispositivos electrónicos que nos mantienen al día de nuestras citas no somos capaces de llegar a tiempo a ningún sitio. ¿O no somos capaces de poner bien una alarma?

Lo peor no es eso. Es la ausencia de solidaridad con quien lleva 15 minutos esperando por ti o quien depende de que tú entregues tu trabajo a tiempo para el poder hacer el suyo. No se molestan en dar excusas porque, sencillamente, no tienen. Llegan tarde por costumbre.


Y luego estamos están los pringaos, los que esperan sentados en una mesa jugando con el móvil  y le dicen al camarero que es que espere para tomar nota que le falta alguien. Mientras el que llega tarde se toma las cosas con calma, sin el menor estrés e incluso cuando ve que es el último sonríe con la soberbia de saber que le están esperando.

Cada vez hay más impuntuales crónicos -salvo que estén todos concentrados a mi alrededor- y cada vez lo son más. Porque aquí el que 'mola' es el que llega tarde, no el que espera por él. Lo suyo parece ser que es lo normal, lo natural, mientras que lo antinatura es ir con tiempo a las citas.

En mi caso el mal de la impuntualidad me pone especialmente nerviosa porque soy la antítesis. Soy la que llega 10 minutos antes en previsión de que pille todos los semáforos en rojo y presenta los proyectos los viernes al mediodía cuando dice que lo tendrá para finales de semana.

Incluso cuando me mosqueo y trato de llegar tarde (dos minutos) no lo consigo. Sigo siendo puntual, vamos, la pringada que espera. Así que soy la primera que llega, la que lleva el móvil (bendito entretenimiento) con batería siempre para tener con lo que entretenerse y la que -en caso de que los planetas se alinean- si llega tarde pide disculpas y da explicaciones.


1 comentario:

  1. Yo siempre he sido algo impuntual y tardona para llegar a citas con mis amigos, que no es que lo haga siempre ni queriendo pero muchas veces no he sabido evitarlo. Luego me siento mal, sobre todo si hay alguien esperando mucho, pero hubo una época (quiero pensar que más bien en el pasado) en la que por más que intentara no hacerlo llegaba unos minutos tarde siempre.

    Otra cosa es en temas de trabajo: lo de las reuniones que dices me parece que no tiene nombre. Ahí (para entrevistas y tal) sí que llego a la hora o un poco antes (porque me preparo con 3 horas de antelación).

    En fin, te pido perdón si sirve de algo por los tardones de la vida.

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